Hace unos meses navegando por una de las redes sociales más conocidas di con una analogía que llamó poderosamente mi atención. La cuenta de El Gato y la Caja ponía en su feed una reflexión que me hizo pensar, pero no solo eso, sino que graficaba en forma sencilla una problemática muy compleja. Veamos.
Quienes tenemos más de 30 años hemos crecido viendo Los Supersónicos, un dibujito animado que pasaban en la televisión, donde se podían ver las aventuras de una familia del futuro con los más extraordinarios adelantos tecnológicos: Super Sónico -el padre de familia- tenía una jornada laboral de 3 horas diarias -wow, impensado, ¿o unos adelantados?-, las personas se transportaban en autos voladores, a través de una cinta -y en cuestión de segundos- podían desaparecer y aparecer en otro lugar, el jefe de Super Sónico se comunicaba por intermedio de llamadas virtuales… ¡en la casa de la familia! (cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia).
Dentro de esa dinámica familiar futurista existía alguien que se encargaba de los quehaceres del hogar, su nombre era Robotina. Por supuesto, mujer y ama de casa. En la actualidad, y ante el avance tecnológico que pareció adelantar Los Supersonicos, tenemos asistentes digitales como Alexa y Siri. Si, por supuesto, ayuda virtual con voz de mujer. ¿Estamos hablando de las Robotinas de nuestra era?
Por otro lado, si bien el personaje de Ultra -la madre de la familia- no estaba abocada en la serie exclusivamente al hogar, se la representaba ocupando su tiempo en compras y haciendo un uso “desmedido” del dinero proveniente del trabajo de su esposo. Estas representaciones -no solo en esta serie, sino en tantas otras (¡y dirigidas a las infancias!)- legitimaban el estereotipo de la mujer frívola, superficial, consumidora y dependiente económicamente.
Qué paradoja nos presentaban Los Supersónicos, en un mundo donde los avances tecnológicos, digitales, comunicacionales, industriales, productivos y laborales avanzaban a velocidad ultrasónica, los roles sociales parecían haber quedado en la edad de piedra. La inmutabilidad, el statu quo parecían tan “normales” como los avances tecnológicos.
Para entender el contexto en el cual fue concebido este dibujo animado que tanto nos divertía, debemos decir que fue creada por William Hanna y Joseph Barbera en 1962. Los autores recrearon la vida, pero 100 años más tarde, en 2062. Aunque sea contra fáctico, cabe preguntarse: ¿qué hubiésemos visto durante nuestra infancia si los guionistas de la serie Los Supersónicos hubiesen sido mujeres? ¿Hubiese cambiado algo o habrían hecho la misma caracterización en Robotina y Ultra?
No sabemos verdaderamente qué es lo que hubiese sucedido. Lo que sí sabemos hoy en día es la necesidad e importancia de que las mujeres tengan posibilidad de ocupar otros roles en la sociedad, tengan mayor participación en ámbitos de decisión y poder y se inserten en campos que se naturalizaron socialmente como masculinos. Un ejemplo de esto, son las carreras STEM (el acrónimo en inglés que hace referencia a Science, Technology, Engineering and Mathematics -ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas-).
El informe de Chicas en Tecnología “Una carrera desigual: la brecha de género en el sistema universitario de Argentina” sostiene que entre los años 2010 y 2016, en el sistema universitario de Argentina, las mujeres representaban solamente el 35% de quienes estudiaban STEM y el 17% de quienes estudiaban programación, es decir que se necesitaron 150 estudiantes para dar con una mujer estudiando programación. Este bajo porcentaje se explica por un proceso que denominan “tubería con fugas” que hace referencia a cómo las mujeres van quedando afuera del ámbito académico de las carreras STEM. Existen barreras que las mujeres afrontan, fundamentalmente estereotipos sociales y familiares, donde las distinciones de género están marcadas desde el día en que nacemos.
Cuando hablamos de las carreras STEM estamos haciendo referencia a esas disciplinas que crean las soluciones del futuro, las herramientas digitales que usamos todos los días, las que configuran nuestro accionar no solo en lo personal, sino en el ámbito productivo y laboral. ¿Cómo podemos pensar en un futuro más diverso, si la mujer no está sentada en la mesa donde se crea, diseña y desarrolla ese futuro?
Por último, el informe menciona algo más que interesante. El 43% de las mujeres menores de 17 años no conocen referentes que trabajen en tecnología. Mas allá de duplicar esa edad, y haber elegido 2 carreras tradicionales, me pregunto si mi elección hubiese sido la misma si en el contexto en el que decidí mi carrera académica hubieran existido muchas y más referentes mujeres en el mundo de la ciencia, tecnología, ingeniería y matemática.
¿Cuál es el compromiso social que abordan distintos organismos para cambiar este panorama? Pienso en el Premio L’Oréal-Unesco “Por las Mujeres en la Ciencia” de la empresa L’Oréal junto al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) que tiene como lema “La ciencia cambia el mundo, ellas las reglas. El mundo necesita ciencia, y la ciencia necesita mujeres”, cuyo objetivo es distinguir la excelencia científica, promover y estimular la participación de las mujeres en el ámbito científico. El año pasado visité Tecnópolis, cuya cartelería abordaba el interrogante ¿Hay igualdad de género en la ciencia? y ofrecía un podcast donde científicas de distintas generaciones contaban sus experiencias en torno a la elección de sus carreras, colaborando en pensar las implicancias de la brecha de género que existen en el campo científico. Si vamos al rubro energético, en Enel, empresa en la que trabajo, desarrollamos un programa con colegios secundarios donde las trabajadoras de la compañía regresan a sus colegios de origen para motivar e incentivar a más estudiantes mujeres a seguir estas carreras, visibilizando el trabajo de ingenieras y especialistas en carreras STEM.
Lo cierto y lo importante es que en este 8M estamos atravesando un momento en el que las transformaciones sociales se están dando, permitiéndonos deconstruir lo que naturalizamos durante tantas décadas. Si bien estos cambios tienen sus velocidades y sus tiempos, son inevitables. La búsqueda de la igualdad debe ser un compromiso de toda la sociedad en su conjunto, donde las mujeres participen activamente en los diseños y agendas de la investigación científica, la innovación, pero sobre todo para garantizar futuros más diversos que transformen la vida de todas las personas.
Bárbara Victoria Cornejo, mamá de Ágata, contadora, abogada, profesora adjunta de Métodos Alternativos de Abordaje de Conflictos (UBA) y Gerenta de Desarrollo de Recursos Humanos en Enel Argentina
Integrante comunidad DEIB ADRHA